
Hoy queremos compartir con vosotros las palabras que nos envía Telmo Ibarburu desde Ecuador. Como afecta a la naturaleza y las consecuencias que tiene sobre el colectivo indígena la dejadez del ser humano.
El pasado 2
de febrero colapsaba y desaparecía la cascada de San Rafael, uno de los
monumentos naturales más importantes de Ecuador. Entonces, expertos apuntaban a
que podrían seguir dándose movimientos en el terreno. Se daba así comienzo a un proceso que los
técnicos denominan: “erosión regresiva”, por el que las aguas modificaban el cauce
del río en la parte anterior a la cascada.
El 7 de abril
un desprendimiento de tierra afectaba a 3 oleoductos provocando importantes
derrames de petróleo al río Coca. Los tubos pertenecientes al Sistema de
Oleoducto Transecuatoriano (SOTE) y Oleoducto de Crudo Pesado (OCT) tienen una
capacidad para transportar 360 mil y 180 mil barriles al día respectivamente.
Se desconoce la cantidad de material tóxico vertido a las aguas.
Esta tragedia
se podía haber evitado, pero una vez más, la falta de previsión de
Petroamazonas y Petroecuador, unida a la deficiente gestión del Gobierno
Nacional de Ecuador y del Ministerio de Energía y Minas, provocaban lo
inevitable. Los trabajos de remediación
se han dado de forma tardía y escasa y los daños son incalculables.
Diferentes
comunidades de las riberas de los ríos Coca y Napo reportaron en las primeras
horas numerosos destrozos en el ecosistema con fotos y vídeos de sus celulares.
Además del daño irreparable provocado contra la naturaleza, miles de personas
que dependen de la salud del río para vivir están en peligro. Esta situación se
agrava en algunas comunidades indígenas, que se habían aislado para enfrentar
la pandemia de la COVID 19, ya que la pesca es una de sus principales fuentes
de alimento. La Confederación de Nacionalidades Indígenas de la Amazonia
Ecuatoriana apunta que 97 mil personas se verán afectadas por este derrame.
Acompañamos a
comuneros de Amarumesa que nos muestran como el petróleo ha llegado hasta sus
plantaciones y pantanales a 300 metros del cauce habitual del Napo. “Es normal que se inunden estas tierras, pero
en esta ocasión, al retirarse el agua, queda el petróleo.”
Hemos podido
reportar un panorama desolador en el que las aguas del Napo arrastran la muerte
en su caudal. Se suceden los kilómetros pero no conseguimos dejar atrás en ningún
momento la capa de aceite que cubre toda la superficie. Los cambios del nivel
de las aguas de las últimas jornadas, esconden gran parte del crudo atrapado en
las riberas y apenas se aprecia un pequeño porcentaje del total.
Una vez más,
la nefasta gestión de las infraestructuras petroleras ecuatorianas destrozando
la vida y la salud de su Amazonia, de su gente. Quizá el mayor problema no es
que haya ocurrido, sino que estemos acostumbrados.
TELMO IBARBURU
















































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